Desde Brescia, donde vive y trabaja, este ingeniero de 49 años conversó con Clarín a través de una videollamada. Al principio, le costó saber por dónde iba a empezar y cómo definir a su padre: un coleccionista empedernido, un hombre jovial, un chico que sobrevivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Para Massimo, siempre fue un pionero, el mejor de los pioneros.
Pegatinas de frutas, tazas, 10 mil botellitas de licores, sobrecitos de azúcar... Si a Amatore le gustaba una cosa, empezaba a coleccionarla. Tenía más de cuarenta colecciones diferentes, pero ninguna tan preciada como la que le hizo merecedor del récord.
Conservar una colección puede parecer una tarea de museo, pero Massimo explica que, en la casa de la familia, en Carpenedolo, donde todavía vive su madre de 87 años, hay una gran habitación que alberga los más de dos mil ejemplares de preservativos en sus paquetes originales dispuestos en vidrieras para conservarlos.
Se trata de una colección privada y no está exhibida al público por el momento. Massimo desconoce cuál sería su valor monetario, para él, su valor sentimental es incalculable.