Podemos revertir los días malos jugando a aplicar antónimos como un desafío y una constante.
Ante la prisa y el nerviosismo apliquemos la serenidad. Opongamos a la mueca de fastidio la mejor de las sonrisas.
Frente a la falsedad y la hipocresía ejercitemos la sinceridad de manera que las palabras coincidan con los pensamientos y las acciones reflejen armonía.
Cuando lleguen los pícaros de siempre con sus complejos discursos sorprendamos con la simplicidad en lo que digamos.
En el momento fatal de las mentiras y las falacias escuchemos con respeto y recordemos que la verdad siempre se sabe y nadie puede resistirse al buen trato.
Cuando la pereza se haga presente propongamos la constancia y los ideales.
A los inadaptados les mostremos los beneficios de ser coherentes. Ante la ostentación reflejemos sobriedad. A las estafas las repelemos con nobleza. A los tacaños y envidiosos les recordamos la generosidad y el altruismo.
Cuando llegue el momento de la intolerancia y la dureza ejerzamos la práctica de la caridad.
Las palabras son reflejo de lo que somos en esencia. Si recordamos que a cada acción corresponde una reacción podremos ver el lado positivo de las cosas, aunque, tan sólo, parezca un juego.