Caminaba por la ciudad cuando me detuve un instante porque había cambiado la luz del semáforo. En ese momento, una pareja aprovechaba el momento para besarse. En otro auto, un hombre tenía cara de preocupación. En un vehículo azul, una madre se daba vuelta para hablar con su hijito. Y el de más atrás, tocaba bocina impaciente para que los demás se apuraran. 30 segundos y varias historias.
A veces reclamamos no tener tiempo para nada, y sin darnos cuenta a lo largo de la jornada tenemos muchísimos momentos para encontrarnos.
El semáforo fue una secuencia de imágenes variadas de lo que nos pasa a diario: instantes.
En esa sumatoria de segundos pueden pasar infinidad de cosas desde el amor hasta la furia; desde el silencio hasta la música.
Cada uno puede capitalizar el espacio propio que encontramos a cada paso. Un ratito mientras tomamos un mate; cuando cerramos los ojos para relajarnos entre un punto y otro; el mágico relax de revolver la comida mientras se cocina o, la cadencia entre los acordes de una canción.
30 segundos para sentirnos libres y para usar el maravilloso poder de reinventar nuestra vida.
El tiempo es simplemente una excusa para valorarnos y darnos cuenta que en la sucesión de instantes, vamos formando las vivencias que pueden volverse imborrables.
Es un segundo entre lo importante y lo efímero, pero cada uno de ellos tiene el potencial de emoción que podemos imprimirle. La decisión de sentirlo es lo valioso.
Darnos cuenta de que vivimos y que "somos", en cada pequeño gesto cotidiano.
Si hacemos conscientes los 30 segundos podremos concebirnos parte del universo, con los otros y con nosotros.
30 segundos para sentir, pensar, disfrutar e incluso lamentar pueden transformarse en ese instante mágico que da sentido a la existencia y valor a los recuerdos.





