Los ojos azules de Porota se llenaron de luz y lágrimas cuando me dijo "la vida no me dejó ver crecer a mis hijos, pero ahora me los devuelve en la vida de mis nietos. Es una revancha sagrada que agradezco cada día".
Cuantas "Porotas" hay en nuestras familias. Cuántas de nosotras nos reconocemos en esas historias de mujeres increíbles que trabajaban del día a la noche y se "perdían" lo cotidiano de los hijos, sus risas, sus temores, los aciertos, las picardías. Mujeres que en poco tiempo hacían, cocinaban, ayudaban, lavaban, planchaban, abrazaban y, con el cansancio a cuestas, sonreían y amaban.
Todo rápido ¡siempre!, hasta que un día el reloj no importa, el trabajo ha sido cumplido y la responsabilidad laboral ya no existe. Ahí se produce un milagro: los hijos renacen en los nietos, la compañía es valiosa, las ternuras son irrepetibles, los abrazos se transforman en raíces y se reproducen en frutos. El tiempo se vuelve amigo y nos regala una nueva oportunidad que no tiene segundos para derrocharla.
La vida es un instante y aunque creamos que quedamos afuera de la ecuación, fuimos el número mágico que permitió la metamorfosis de todas las historias que llevan nuestro latido, nuestra sangre y nuestro recuerdo. ¡Esa es la revancha!





