¿Qué puede pasar? Es una pregunta que nos hacemos desde niños hasta adultos, pero con una diferencia, a medida que pasa el tiempo la curiosidad se transforma en conformismo y la aventura sólo en un deseo.
Somos arriesgados. Nos gusta la adrenalina de lo desconocido, la ansiedad por descubrir nuevos lugares y vivir distintas experiencias e incluso en algunas ocasiones nos jugamos por el impulso y apostamos por lo desconocido. Sin embargo, la mayoría de las veces, en nuestra mente la vivencia es efímera y la emoción algo que les paso a los otros.
¿Qué puede pasar si damos el paso que nos asusta, si abrimos las puertas que nos llevarán a un mañana, tal vez mejor?
¿Qué pasaría si hablamos con el corazón con aquellos que tenemos una charla pendiente o nos acercamos a saludar a los que se fueron alejando sin darnos cuenta?
¿Qué pasaría si, de pronto, el tiempo deja de ser una excusa para transformarse en una realidad inexcusable y no podemos usarlo más para justificar la pereza o el temor a los nuevos caminos?
La vida está llena de preguntas, nos rondan en las noches de insomnio o en los momentos en los que el agobio no tiene más argumentos. Tal vez, sólo se necesita un poco de coraje y mucho de amor propio para mirarnos al espejo y tratar de encontrar las respuestas, total... ¿qué puede pasar?