Busquemos motivos para festejar el día del Niño. Razones para que, sin importar los años, festejemos al niño que tenemos dentro y que hoy, más que nunca, tiene que encontrar el espejo de la fantasía para seguir adelante.
Libremos las batallas con armas de juguete. Juguemos a la escondida con la realidad. Hagamos "pito catalán" a los que quieren robar el partido. Empecemos a construir "la casita" en el árbol, o en el patio o si no hay lugar en algún rincón de donde estamos trabajando.
Sumemos, aunque sea virtualmente a los vecinos, a los hermanos, a los amigos, a los que vemos con distintos matices de grises a lo largo de los días. Burlémonos de los sombríos que nos quieren robar el futuro, corriendo una carrera sin obstáculos para que no nos "manchen" y nos dejen afuera.
Miremos a los ojos. Sonríanos. Disfrutemos. Lloremos si el golpe ha sido duro, y las rodillas han quedado "peladas", pero sigamos, como cuando éramos chicos. Sacudámonos el dolor y avancemos porque si algo aprendimos de pequeños es que el partido se juega en el campito, en la vereda, en el patio, pero no se termina hasta que nos llaman a "tomar la leche".
Somos niños -aun cuando crecemos- porque cuando nos recordamos indefectiblemente sonreímos.
Esa luz maravillosa que nos ayudó a crecer y a convertirnos en adultos sigue guardada en nosotros para iluminar los días tristes, para rescatarnos del anonimato, para hacernos vivir las más lindas aventuras, para ponerle finales felices, para disfrutar de las construcciones que hicimos con los ladrillitos de colores que encastramos para darle diferentes formas a cada día que vivimos.
Tengamos esa fe que nos impulsaba a "creernos" los más fuertes del universo, que siempre nos ayudaba a levantar la cabeza y a perdernos en la inmensidad del cielo o en la eternidad de Dios.